Mis hijos se están poniendo grandes, ya tienen 22 y 16 años pero no me resigno a dejar de abrazarlos. Cuando lo hago vuelvo a sentir que me buscan, que me quieren y tengo la doble sensación de pensarlos chicos y darme cuenta lo grande que están. Ese abrazo paternal no tiene comparación con nada. El tema es que uno se da cuenta de que esos abrazos se hacen más esporádicos y me pongo a pensar cuanto hace que yo no abrazo a mi viejo. Por muchos años mi papá y mamá se enojaban mucho si cuando nos levantábamos, nos íbamos o volvíamos a casa no los saludábamos con un beso. Cuando llegó la adolescencia, no se porque, dejé de besar a mi papá aunque nunca dejé de hacerlo con mi mamá. Un día, ya más grande, llegué a la casa de mis viejos y le volví a dar un beso a mi papá que se quedó un poco sorprendido, por lo que le dije "tengo ganas de darte un beso cuando nos vemos y no me voy a quedar con las ganas, ¿está mal?". "No", me dijo y desde ese momento volvimos a la rutina besadora.
Si bien tengo 44 años ya me veo mucho más cerca de la posibilidad de un nieto que de otro hijo, aunque nunca se sabe, por lo que empecé a elaborar una teoría sobre el porque de tanta sobreprotección de abuelos a nietos.
Los nietos son la prolongación de nuestros hijos y creo que el abuelo busca volcar en aquellos todo el amor y las muestras de afecto que le quedaron pendientes de entrega con sus hijos. Me parece que es una etapa de la vida donde uno reflexiona sobre cuanto más hubiese mimado, besado y abrazado a sus hijos y decide concientemente no irse de este mundo sin agotar la carga de afecto filial que todos llevamos dentro volcándola a sus nietos.
Por eso es que pienso que el ser abuelo es la revancha que nos da la vida para redimirnos de algunos errores que cometimos como padres. Lógico, los abuelos "malcrían" a los nietos, pero debe ser muy linda esa sensación de complicidad.
Mientras tanto voy a tratar de seguir besando y abrazando a mis hijos todo lo que pueda aunque ya coqueteo, y me gusta, con la idea de ser un abuelo joven.