domingo, 8 de febrero de 2009

Los unos y los otros


Ambas familias estaban a cada lado del féretro. Las dos viudas, los 4 hijos y unos pocos parientes que hablaban por lo bajo. En el medio Froilán Iriarte yacía inerte, pálido y frío. Frialdad que contrastaba con la tensión que reinaba en el ambiente, sobretodo en las dos hijas, una por lado, que se sacaban chispas con la mirada. Era un secreto a voces pero que se hiciera público en ese momento fue muy fuerte, aunque la vergonzante incomodidad de la situación competía con el dolor de la pérdida del ser querido.

Froilán era un santafecino de 70 años, regordete, bajito y moreno, de buena conversación, amable, amante del peronismo y de los "pingos". Toda la vida fue un trabajador del estado muy cercano a la parte sindical. Vivía desde hacía varios años en las afueras del Gran Buenos Aires, en una casa humilde junto a su esposa que lo acompañaba desde hacía 45 inviernos.
Pocho, como lo llamaban cariñosamente, era la antítesis del hombre buen mozo, sin embargo la vida le mostró que hay más de un roto para cada descosido.
En su época de militancia en el sindicato de Luz y Fuerza conoció a Juana, una paraguayita de grandes ojos negros que tenía unos cuantos años menos que él. La Juanita, como la llamaban, era soltera y vivía en una pensión de Constitución.
Aprovechando las reuniones en las distintas unidades básicas partidarias, Pocho comenzó a profundizar la relación superficial que tenía con Juanita. Con cualquier excusa se quedaba a dormir alguna noche en la pensión, mientras su esposa Dora cuidaba a sus hijos, Amalia y Pedro, de 10 y 8 años. Hasta que pasó lo inesperado para él aunque deseado para Juanita. Ella quedó embarazada. Lejos de amilanarse, Pocho la ayudó en cuanto pudo y con la llegada de Dolores, a la cual reconoció como su hija, se vio involucrado con dos familias. Dos años más tarde tuvieron a Mario.
Juana siempre supo que Pocho era casado y que tenía dos hijos pero no le importaba compartirlo. Ella decía que Pocho era todo en su vida. Distinta era la situación de Dora que ignoraba esa relación paralela de su marido aunque a veces la negación puede más que la ignorancia. Hay cosas que no se ven y otras que no se quieren ver.
Los hijos mayores de Pocho sabían que algo raro pasaba. Ya estaban en la adolescencia y era muy llamativo que el padre faltara a dormir en casa dos o tres veces por semana. La duda, casi certeza, se prolongó por muchos años. Era preferible no buscar o preguntar para evitar así la temida verdad.
Fueron más de 30 años de doble vida, doble mujer y doble familia que acababan así, sin tener que explicar nada, la realidad dejaba todo a la vista.
No había muchos bienes materiales por heredar. Las "viudas" estaban resignadas, pero cada uno de los hijos quería sentirse como el verdadero hijo. Unos por legalidad los otros por elección paterna.

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